La Fundación Lázaro Galdiano rinde homenaje a la admiración de José Lázaro Galdiano por los códices bellos y cuidados, salidos de talleres medievales franceses, italianos y flamencos, que hacían de su oficio una maestría sublime a los ojos de sus poseedores. Y lo hace presentando, desde el 28 de mayo hasta el 7 de septiembre, en la tercera planta del Museo, una exposición excepcional que muestra una treintena de ejemplares representativos reunidos por José Lázaro en las diferentes ciudades en las que residió (Madrid, París y Nueva York). Será la primera vez que se expongan juntos, reconociendo la labor del coleccionista y su deseo de que permaneciesen unidas, con la pretensión de mostrar aquellos ejemplares que para Lázaro eran objetos de arte, desde el punto de vista bibliófilo, y los que constituían por sí mismos un museo, además de aquellos autores y artistas por los que sentía verdadera predilección.
“El libro no debe mirarse solamente como un instrumento de estudio, sino también como un objeto de arte, digno de ocupar puesto preferente en los museos […] Algunos hay que constituyen por sí solos un museo”, escribía José Lázaro Galdiano. Ya a los 22 años, contaba con una biblioteca de mil volúmenes. Tenía el curioso placer de acariciar los lomos de los viejos libros y le temblaban las manos cuando tocaba un ejemplar único. Además de coleccionista de arte, fue uno de los más notables bibliófilos. Su biblioteca original, compuesta por 20.000 volúmenes, alberga un tesoro de joyas bibliográficas, incluidos ejemplares únicos por su rareza y belleza, desde incunables y manuscritos, hasta libros ilustrados, obras maestras de la imprenta, piezas interesantes que cuentan, además, con una delicada conservación y cuidado en sus encuadernaciones. Una biblioteca exquisita y variada temáticamente que, por su calidad y diversidad, está considerada como una de las mejores colecciones europeas. De su legado, junto con el archivo histórico, también forma parte La España Moderna, revista y editorial homónima, para la que escribieron Unamuno, Pardo Bazán, Rubén Darío, Ramón de Valle-Inclán, Concepción Arenal, etc., y que publicó más de 600 títulos, convirtiéndose en una de las mayores iniciativas culturales de su época.
Entre los códices medievales, con textos de carácter religioso, enciclopédico o histórico que conserva la Biblioteca Lázaro, se podrán contemplar ejemplares como Le antiquité Judaique de Flavio Josefo, el Livre des propiétes des choses, un manuscrito miniado, copia lujosa de principios del s. XV de carácter enciclopédico, con miniaturas al comienzo de cada capítulo y una encuadernación heráldica en terciopelo sobre tabla del siglo XVI. Entre su colección de libros de horas, el Libro de Horas de William Hastings, un manuscrito flamenco encargo de William Hastings, Grand Chamberlain de Edward IV.
En sus anaqueles también ocupan un lugar destacado los incunables. Por ello el público podrá admirar un ejemplar único, el Sacramental de Sánchez Bercial. O el Liber Chronicarum, del humanista e historiador alemán Hartmann Schedel (1440-1514), quien llevó a cabo una extraordinaria labor de recopilación de tradiciones orales que sirvieron de fuentes para esta obra monumental, en la que se ilustra la historia del mundo, desde la Creación hasta finales del siglo XV.
Tras los primeros años de la imprenta, los “grandes maestros de la tipografía, se abren paso” con obras como La Biblia Políglota, dirigida por el Cardenal Cisneros e impresa en Alcalá de Henares por Arnaldo Guillén de Brocal en el siglo XVI, a la que siguió la encargada por Felipe II a Benito Arias Montano, conocida como La Biblia Regia e impresa en Amberes.
Tuvo preferencia también por documentos de carácter jurídico, como cartas ejecutorias o documentos de intitulación real o nobiliaria, como la fundación de mayorazgo del duque de Escalona.
Si se avanza en el tiempo, el Siglo de Oro fue una de las épocas preferidas de Lázaro, por lo que en su colección abundan obras de escritores y artistas como Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope de Vega, Calderón, y artistas como Francisco Pacheco, Juan Andrés Ricci o Berruguete. Entre los manuscritos españoles, uno de los más bellos del Siglo de Oro es el Libro de retratos de Pacheco, maestro y suegro de Velázquez, quien pretendió mantener viva la memoria de 56 de los más insignes genios de la época. Una obra en algunos de cuyos dibujos el propio Lázaro y otros estudiosos ven la mano de Velázquez. Además, el Álbum de dibujos de los duques del Infantado de Berruguete o la Pintura sabia de Ricci. También se podrá ver en esta muestra la copia B de El Buscón, de Francisco de Quevedo, utilizado probablemente para llevarlo a letras de molde.
Otra faceta de Lázaro es la de eterno viajero, gracias a la cual permaneció largas temporadas en grandes y cosmopolitas ciudades como París, Nueva York, Madrid, viajando por Europa en una época de gran auge del comercio del arte y el libro. No solo se interesó por obras españolas o europeas, sino que también creó una pequeña colección de manuscritos árabes y persas de extraordinaria belleza. Uno de los ejemplares adquiridos en Nueva York es una copia del Corán (en torno a 1800) que perteneció al magnate de la prensa y uno de los más poderosos personajes de la escena política y empresarial estadounidense, William Randolph Hearst. El libro tiene una encuadernación de cartera lacada con motivos florares. Otros manuscritos orientales son las delicadas hojas persas de extraordinaria belleza, en las que destaca la decoración de orlas florales, animales y figuras humanas, así como el uso del color y del oro en sus composiciones.
Como gran aficionado a los autógrafos y las epístolas, reunió obras de creación artísticas, literarias y musicales de personajes de su época y anteriores, como los álbumes de señoritas, tan de moda en el siglo XIX. Entre ellos, el de María Dolores de Perinat. Entre las cartas, se podrá disfrutar del volumen de misivas de Lope de Vega al duque de Sessa y de una de las cartas autógrafas que Goya escribió a su amigo Martín Zapater, en la que se revela el aspecto más personal del artista aragonés. Prueba de su predilección por Goya –reunió 900 dibujos preparatorios, estampas y pruebas de estado, que hoy se conservan en la Fundación-, se podrá admirar también la primera edición de “Los Caprichos” del año 1799 y el dibujo preparatorio de El modo de volar.
Reseñables son la belleza y calidad de los manuscritos que salieron de los talleres de Valladolid y Granada, que convertían las copias simples, emitidas por las Chancillerías, en extraordinarios documentos decorados por importantes artistas y encuadernados lujosamente. En esta muestra, se verá una encuadernación de abanico, ejemplo de una de las más bellas representaciones del arte barroco español y destacable dentro de su colección de encuadernaciones artísticas, de las que llegó a reunir más de quinientas.
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